Veo un día incoloro. El día que se supone que debería ser verde, rosa y gris y azul. Miro la hora y lo que ayer era rojo y naranja hoy no tiene color. Ni siquiera me siento gris, directamente he perdido los colores. Fuera hace una temperatura violeta (con un tono 146 si queréis que sea exacto) y los rayos del sol chocan contra las paredes de mi habitación (que eran de un delicioso color 11-8 cuando las pinté). Los números se han puesto todos en fila para decirme algo que no logro comprender. Los veo pasar: el 17 de mi piel, el 53 de mi pelo, el 39 de mi camiseta. Pero no consigo que los colores me lleguen a la mente. Como si se los hubieran arrancado, como si en realidad nunca hubieran existido. Todo lo que antes era un arcoíris a mis ojos, hoy no son más que números, líneas, objetos que han perdido la capacidad de expresar sus colores. Supongo que la locura me ha alcanzado con uno de sus numerosos tentáculos. ¿Un 44 que es solo eso, un 44? ¿A dónde se ha ido el color del cielo? Lo siguiente será un abrazo que solo sea un 048, una sonrisa que haya perdido su amarillo y simplemente diga "soy una sonrisa como un 7". Creo que la vida así no tiene sentido, ni propósito, que se ha roto algo en mí. Me acerco el revólver a la cabeza. Ni siquiera noto el frío, solo una serie de 1-1-1-1-1... en mi piel. Y disparo. Ya no veo nada. Ni siento ningún número. Pero noto como el blanco empieza a gotear por mi piel... y el rojo me cubre los ojos, el azul me sube por los dedos y el verde cae sobre mi cabeza. Ha valido la pena.
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